De cómo la astronomía cambió el mundo
En esta sección vamos a descubrir, a través de los libros, como la astronomía cambió nuestra concepción del mundo. Comenzaremos evidentemente con los griegos. Estos concibieron el cosmos como la unión de dos regiones: El Cielo que abarca los cuerpos que observamos en la bóveda celeste, y la Tierra, donde viven los seres humanos, únicos observadores conocidos del gran espectáculo celeste. Antes de comenzar nuestro recorrido debemos notar que no es nada evidente que el Sol y la Tierra estén hechos de la misma materia y se rijan por idénticas leyes, cuestión que tuvo que esperar hasta que Newton descubriera sus leyes de la Física. Así, el universo era para los griegos una gigantesca esfera limitada por la esfera de las estrellas -ya que éstos eran los objetos más alejados de la Tierra-. Para los griegos la Tierra también era esférica aunque mucho más pequeña. Además, la imperfecta Tierra, sede de las más variopintas catástrofes: seísmos, terremotos, etc. debía estar abajo mientras que los perfectos astros -aparentemente allí no ocurría nada- debían estar arriba. Luego están, claro está, los cinco planetas -que se ven a simple vista- los cuales tienen un comportamiento bastante irregular para un observador en la Tierra -sobre todo si se compara con la perfección aparente de la esfera de las estrellas- a los que los griegos bautizaron como planetas errantes. Estos debían estar en el intermedio ya que no podrían pertenecer a la perfecta esfera de las estrellas ni a la imperfecta esfera terrestre. Luego estaban el Sol y la Luna. Ambos no eran considerados ni estrella, el primero, ni satélite de la Tierra, el segundo. No es difícil imaginar que con tales precedentes en el proceso de cristianización Dios quedo situado en la periferia de la esfera de las estrellas y el Infierno en el centro de la Tierra. No es por tanto tampoco de extrañar que los principios físicos usados en el estudio de ambas regiones fuesen totalmente incompatibles.
Como en nuestra primera sección, es imprescindible comenzar por un filósofo: Aristóteles. A él se debe la primera Física -o filosofía natural- de los movimientos terrestres, por un lado, y los celestes por otro. Por ejemplo, por qué las piedras caen y los planetas no, por qué los cuerpos ligeros ascienden y los pesados descienden, por qué los movimientos celestes son eternos e inmutables y en la tierra todo cambia, etc. Esta cosmología aristotélica basada en la ubicación de los planetas en esferas gestó a la que, convenientemente cristianizada durante la Edad Media, sirvió como modelo del mundo celeste durante dos mil años. Concedemos el honor de inaugurar esta parte de nuestra exposición a El Cielo, obra contenida en la Opera de Aristóteles, incunable impreso en Venecia en 1482. Su influencia fue mucho más allá de lo científico, impregnando también lo cultural: ahí está, para probarlo, la espléndida recreación lírica que Dante hizo en su Divina Comedia de la concepción cosmológica griegomedieval. En la foto, las esferas en las que Dante, por analogía con las esferas celestes dividió su Infierno. Este libro también fue muy peculiar en su época ya que constituyó uno de los primeros libros de ``bolsillo'' de la historia.
Pero los griegos también desarrollaron una sofisticada astronomía matemática para dar cuenta del movimiento aparente del Sol, la Luna y los planetas entonces conocidos: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. Aunque algunos astrónomos griegos, como Aristarco, apuntaron la posibilidad de una Tierra en movimiento alrededor del Sol, la astronomía griega se basaba en la inmovilidad de la Tierra en el centro del Universo, alrededor de la cual giraban el resto de cuerpos celestes. Todo este saber -de más de cinco siglos- fue atesorado por Ptolomeo, el gran astrónomo de Alejandría, en su Sintexis matematica, o Almagesto, -de al-Magesti, el más Grande-como llamaron los árabes a su magno tratado astronómico. El Almagesto, de cuya primera edición impresa en Venecia en 1515 podemos admirar una fotografía está dividido en trece libros que describen los movimientos del Sol, la Luna, los planetas, catálogos de más de 1000 estrellas, descripción del astrolabio -instrumento para hacer observaciones astronómicas, etc., y constituyó la más completa obra sobre astronomía griega jamás escrita -de ahí su nombre árabe. Curiosamente Ptolomeo es "famoso" todavía hoy día por un libro que nada tiene que ver con la astronomía -aunque en la antigüedad estuviesen muy ligadas-. Se trata del Tetrabiblos que significa literalmente Cuatro libros y que contiene un tratado completo de astrología -"ciencia" que como sabemos sigue siendo muy "útil" en la actualidad a muchos conocidos adivinadores televisivos. Al parecer la necesidad del hombre de conocer su futuro incierto sigue siendo más fuerte que las evicencias que niegan que éste no se rige por los movimientos de los astros. Para terminar con Ptolomeo debemos destacar que el modelo que lleva su nombre -ptolemaico- se perfiló a lo largo de los siglos III a.C. y II d.C. Este modelo situaba a la Tierra en el centro y a los demás planetas, la Luna, el Sol y las estrellas girando alrededor de la misma -al igual que ya describimos al comienzo de nuestra sección- así como los principios platónicos de uniformidad, circularidad y regularidad. Su principal aportación fue introducir una serie de movimientos circulares para ajustar los datos astronómicos conocidos. Dichos círculos eran conocidos como epiciclos, deferentes y ecuantes. Hemos de destacar que si bien estos círculos permitían explicar las observaciones astronómicas y hacer predicciones, aunque era muy complicado dar una explicación física de como "realmente" ocurrían las cosas en el cielo. Este modelo fue el que estuvo vigente hasta el siglo XVI cuando Copérnico propone su modelo heliocéntrico.
En honor a la verdad debemos mencionar que también hubo astrónomos
y matemáticos griegos que defendieron el heliocentrismo mucho antes
que Copérnico. La historia es más o menos como sigue: los
pitagóricos como Filolao reservaron el centro del mundo al fuego
al ser éste de una dignidad superior y colocaron al resto de los
cuerpos -Sol y Tierra incluida- girando a su alrededor. Más tarde,
algunos discípulos de Platón -Heráclides del Ponto,
por ejemplo- defendían un sistema mixto. Pero
un astrónomo griego que defendió un modelo estrictamente
heliocéntrico fue Aristarco de Samos -véase a la derecha
el manuscrito de Aristarco Sobre las dimensiones y las distancias del Sol y de la
Luna del siglo XVI-. ¿Cómo es posible que se olvidara
algo que luego revolucionaria la forma de pensar de la Humanidad? La razón
fundamental de semejante olvido es que las apariencias celestes son las
mismas tanto si el observador está fijo, como si éste esta
girando junto a la tierra pero este movimiento -de la Tierra- era
muy poco probable según la Física vigente: Se necesitarían
las precisas observaciones de Tycho Brahe y la mano de Kepler para que
el sistema heliocéntrico terminase imponiéndose con la
aparición de los Principia
de Newton que aclararía todas las cuestiones físicas. Desgraciadamente
el libro que dedicó Aristarco a su sistema heliocéntrico
se perdió y no ha llegado hasta nuestros días, sólo
sabemos de él gracias a Arquímedes que lo menciona en El
Arenario, siendo probable que la hipótesis heliocéntrica
de Aristarco fuese posterior a su Sobre las dimensiones ... .
Durante la Edad Media hubo un claro retroceso en la astronomía -de la cultura grecolatina en su conjunto- perdiéndose gran parte, sino todo, del conjunto de la filosofía y la ciencia griegas en el mundo en occidente. No es hasta que los musulmanes descubriesen toda esa cultura casi un siglo más tarde y luego, tras la conquista de España, lo difundieran en Europa que los cristianos medievales no tuvieron acceso a las grandes obras de Ptolomeo, Arisóteles, etc. Los árabes perfeccionaron el modelo astronómico griego y elaboraron tablas de posiciones. Árabes, cristianos y hebreos usaron las tablas para predicciones astrológicas: astronomía y astrología casi fueron sinónimos hasta bien entrado el siglo XVII. A modo ilustrativo presentamos El libro de Astrología del matemático, astrónomo y astrólogo toledano Abraham Ben Ezra. En la página expuesta (izquierda) de este incunable veneciano de 1485 se exponen "augurios de muerte no violenta en relación con la conjunción de Júpiter y Venus". El otro (derecha), es probablemente el libro más hermoso de los expuestos. Se trata de una edición de lujo que hizo Apiano especialmente para el emperador Carlos V donde incluía magníficos grabados y figuras móviles. En la fotografía admiramos un grabado coloreado de la eclíptica: i.e., el camino que recorre el sol a través de las constelaciones.
En la Europa cristiana el nivel científico no daba para entender
el
Almagesto de Ptolomeo por lo que tuvieron gran difusión
tratados astronómicos menores: el más conocido fue el Sphera
Mundi o Tractado de la sphera de Sacrobosco -nombre por el que
se conocía a su autor Juan de Holywood- escrita en la primera mitad
del siglo XIII de las que presentamos sendas ediciones: Arriba a la izquierda
veremos un incunable de 1499 de la edición del astrónomo
austriaco Peurbach -él mismo escribiría también algunos
tratados sobre el tema- incomprensiblemente censurado pues es anterior
a la escisión protestante y a la Revolución Copernicana
mientras que a arriba derecha se expone la primera edición en castellano
de la obra debida a Jerónimo de Chaves en Sevilla en 1545. Curiosamente
las tablas astronómicas más importantes fueron elaboradas
por Alfonso X el Sabio: basadas en las que elaboró el astrónomo
andalusí Azarquiel en Toledo durante el siglo XI, y se usaron en toda
Europa desde el siglo XIII hasta el XVII. Podemos admirar (arriba
al centro) aquí una foto de su primera edición impresa de
1483.
Con Peurbach y su discípulo Regiomontano -Regiomontano comenzó a estudiar astronomía a los 16 años bajo la tutela de Peurbach.- recupera Europa, durante el siglo XV, el nivel de la astronomía griega. La temprana muerte de ambos retrasó sin duda la reforma que los planteamientos geocéntricos, cada vez más y más complicados para explicar las irregularidades del movimiento planetario, estaban necesitando. De todos modos ésta no tardaría en llegar de manos de Copérnico. Fue Johannes Müler, conocido como Regiomontano, quien llevo a cabo la primera traducción completa del Almagesto de Ptolomeo comenzada años antes por su maestro. El principal problema que tenían que resolver durante la traducción consistía en restaurar todas las deficiencias que habían encontrado en la obra debido a traducciones sucesivas para lo cual Regiomontano aprendió griego. Como representante de la obra de Regiomontano incluiremos una primera edición su De triangulis omnimodis ... ¡publicada en Nuremberg 70 años después de haber sido escrita! Esta obra además es interesante desde el punto de vista matemático pues en ella se expusieron sistemáticamente los métodos de resolución de triángulos que marcó un renacimiento de la Trigonometría. Los nombres de Peurbach, Regiomontano y Sacrobosco no pasarían desapercibidos a un joven que estudiaba en la Universidad Jagiellonsky de Cracovia: Se trata de Nicolás Copérnico.
Antes de pasar a describir la obra de este genial astrónomo debemos
dedicar unas líneas a exponer una de las principales causas que impulsó
la Revolución Copernicana: La reforma del calendario.
La
clave para la construcción de un buen calendario es saber la duración
exacta del año trópico, es decir, el tiempo que transcurre
entre dos pasos consecutivos del Sol por el mismo punto equinoccial, y
del año sidéreo, es decir el tiempo que tarda el Sol en pasar
dos veces consecutivas sobre el fondo de una misma estrella. El cociente
entre ellos es -según datos actuales- 0,999961123... . Es evidente
la importancia de tener un buen calendario, en particular para las fiestas
de carácter religioso -por ejemplo la Pascua-. Por ello en 1516
la Iglesia católica manifiesta su voluntad de reformar el calendario
vigente instaurado por Julio César en el 46 a.C. Este estaba basado
en los cálculos de Socígenes de Alejandría -astrónomo
griego- que estimó el año trópico en 365 dias
y 6 horas. La cifra estimada para el nuevo calendario basada en los cálculos
de Copérnico era de 365 días 5 horas y 46 segundos, 11 minutos y
14 segundos menos. Es fácil comprobar que pasados cuatro siglos
hay un desfase de 3 días y casi 3 horas lo que daba un retraso acumulado
en
el siglo XVI de 11 días sobre el tiempo astronómico.
Este fue el principal reto que permitió a Copérnico
"detener el Sol y echar a andar a la Tierra". La reforma del calendario
la llevó a cabo el jesuita y astrónomo Christoforo Clavius
y fue llevada a cabo en 1582, bajo el mandato del papa Gregorio
XIII -de ahí el nombre calendario gregoriano-. Exponemos uno de
los libros explicativos del nuevo calendario -escrito en francés- donde
podemos ver en rojo años múltiplos de cuatro que no son bisiestos.
Este calendario fue adoptado inmediatamente por los católicos tardando
más los protestantes -entre 1700 y 1753- y aún más
los ortodoxos que esperaron hasta comienzos del siglo XX para hacerlo.
En
su
obra maestra, De revolutionibusorbium coelestium,
Copérnico
colocó al Sol en el centro del Universo y puso a la Tierra en movimiento
lo cual se puede admirar en la figura de la fotografía de la izquierda
tomada de su primera edición de 1543 - a la derecha admiramos su portada-.
Inició, con planteamientos contrarios a la literalidad de algunos
pasajes de la Biblia, la llamada Revolución Científica que
llenaría los siglos XVI y XVII, y cuyas consecuencias son aún
hoy reconocibles. Es posible que el origen de teoría Copernicana
haya que buscarlo en la época de su estancia en Padua donde pudo
conocer las ideas de algunos autores griegos -recordemos la teoría
heliocéntrica de Aristarco-. Comenzará a trabajar sobre los
aspectos cuantitativos hacia 1513 y en 1533 la tenía prácticamente
terminada. Lo cierto es que el contenido de un primer manuscrito suyo, que
circulaba entre sus amigos, llegó a oidos del Papa Clemente VII quien,
por sorprendente que parezca, invitó a Copérnico a escribir un libro
exponiendo los detalles de su teoría. Así nació en
De
revolutionibusorbium coelestium. Cuenta la historia que en 1543, pocas
horas antes de morir, Copérnico pudo tocar un ejemplar de su libro.
El éxito de la teoría Copernicana se baso en su simpleza
-no era necesario toda la enorme cantidad de artilugios geométricos
para explicar la retrogradación de los planetas por ejemplo-, en
su completitud -ordenaba trivialmente los planetas alrededor del Sol-,
más elegante aunque no era más exacta -al menos al momento
de su aparición.
Es fácil imaginar que las propuestas de
Copérnico eran incompatibles con la astronomía ptolemaica
y si, además, tenemos en cuenta que en la época no había
manera de comprobar experimentalmente cual de las dos era la correcta -hubo
que esperar hasta 1609 a que Galileo mirara por su telescopio y diese las
primeras pruebas irrefutables de que ``algo iba mal'' en el modelo ptolemaico y
hasta 1838 para que F.W. Bessel lograra medir el paralaje estelar
de la estrella 61 Cygni y demostrara la veracidad de la teoría copernicana-
no es de extrañar que ocurriera lo que sobrevino después.
Brevemente la historia es la siguiente: Copérnico encargó
a su discípulo Rethicus -profesor de la Universidad de Witteberg-
la publicación de su obra. Debido a las presiones de los protestantes
éste se mudo a Leipzig delegando en Osiander -pastor protestante
conocido de Copérnico- la publicación el cual consiguió
publicarla finalmente en Nuremberg no sin antes incluir un prefacio anónimo
donde explicaba que las hipótesis necesarias para explicar las observaciones
no tenían que ser verdaderas o probables, sino que era suficiente que se
correspondieran con éstas -una manera elegante de evitarle problemas
a Copérnico y a sí mismo-. El primer ataque vino de Lutero
y Calvino. Estos advirtieron que en la Biblia -principal libro científico
de la época- se expresaba claramente que la Tierra no se mueve y
el sol si. Así Lutero afirmó: "«
algunos han prestado atención
a un astrólogo advenedizo que se esfuerza por demostrar que es la
Tierra quien gira y no el cielo o el firmamento, el Sol y la Luna [...]
Este loco anhela trastocar por completo la ciencia de la astronomía;
pero las Sagradas Escrituras nos enseñan que Josué ordenó
al Sol, y no a la Tierra, que se parara»".
Calvino a su vez sentenció:
"«¿quién osará colocar la autoridad de Copérnico
por encima de la del Espíritu Santo?»" y no era una pregunta
retórica pues años más tarde Calvino quemaba vivo a Miguel
Servet por opinar sobre la Santísima Trinidad sin el aval de Espíritu
Santo. Gracias a la explicación de Osiander sobre las hipótesis
de Copérnico los protestantes finalmente adoptaron una postura pragmática
con el copernicanismo. Curiosamente el cambio de actitud de éstos
a principios del siglo XVII no salvó a los copernicanos de la ira
que justo empezaría a confesar la Iglesia católica por las
tesis de Copérnico. Aunque los asuntos de Dios no
son fáciles de explicar hubo una serie de razones que explican el
cambio de actitud en la Iglesia católica.
Por
ejemplo, para explicar la inexistencia del paralaje -al que ya hemos hecho
mención- Copérnico se vio obligado a aumentar la distancia
de la esfera de las estrellas a la Tierra. Ahora bien, si las estrellas
no giraban alrededor de la Tierra, ¿por qué han de estar
todas a la misma distancia? y si no hay esfera de las estrellas ¿qué
marca el fin del universo? ¿o es qué no los tiene? y si la
Tierra es un planeta como los demás ¿no pueden existir acaso
otros mundos iguales en otras partes del Universo? Esas posibilidades
acabó con la buena relación entre la Iglesia y los copernicanos
y con la vida de más de uno de ellos -sin dudas el más famoso
fue Giordano Bruno que acabó quemado vivo-. Así en 1616 la
Inquisición dictaminaba: "«La doctrina que asegura que el Sol
está inmóvil en el centro del mundo es falsa y absurda,
formalmente herética y contraria a las Escrituras ...»", con
lo cual el De revolutionibusorbium coelestium de Copérnico
fue suspendido -hasta una revisión que tardaría cuatro años-
y además fue a parar al Indice de libros prohibidos del que vemos
una de sus tantas ediciones. La presente, impresa en Sevilla en 1632,
está abierta por la página donde aparece el nombre de Copérnico
-primera columna cuarta fila empezando por abajo- (véase también
como curiosidad la fila central hacia el centro, donde, destacado
en cursivas aparecen las Crónicas del Rey don Pedro). El libro de
Copérnico fue impreso nuevamente en 1620 luego de que se incluyeran
varias explicaciones sobre la falsedad de las hipótesis sólo
usadas para el cálculo -como ya hemos mencionado- no obstante su
autor siguió estando en el Indice algunos años más.
Antes de continuar nuestro paseo virtual debemos detenernos en un libro excepcional: Se trata del primer libro impreso de la historia tras la invención de la imprenta de tipos móviles de Gutenberg y que además, como no podía ser de otra manera, se trata de la Biblia. Al mencionar la Biblia de Gutenberg en el mismo contexto que el De Revolutionibus de Copérnico -ambos compartieron la vitrina en la exposición "real"- se quiere simbolizar la importancia de este primer paso revolucionario que liberó lo científico de la palabra de Dios, de lo religioso pero no de lo ético: la revolución que el libro de Copérnico puso en marcha propició un espacio de libertad para la ciencia. Es sin duda parte importante, sino fundamental, del legado de las matemáticas. Esta Biblia, en concreto, simboliza, además, otra revolución. La belleza y cuidado de su composición, su maravillosa tipografía gótica, separación medida entre las letras de cada palabra y de las palabras entre sí, iniciales preciosamente iluminadas, el uso esporádico de la tinta roja, parecen querer convencernos de que está escrita a mano, como si temiera descubrir la capacidad terriblemente revolucionaria que se agazapa tras tanta perfección: la del artilugio que puede reproducir sin límite, casi sin posibilidad de control, libros y más libros; hasta 30.000 incunables se calcula que produjeron las imprentas durante sus primeros cincuenta años de existencia. Algunos, como el De revolutionibus de Copérnico cambiarían el Mundo.
Copérnico se quedó sin embargo corto en su reforma de la astronomía. Mantuvo órbitas circulares y velocidades constantes para el movimiento de los planetas alrededor del Sol. Aunque su teoría era cualitativamente superior a la ptolemaica, nunca superó a ésta en los aspectos cuantitativos: sus cálculos no se ajustaron mejor que aquella con los datos de observación. Esta diferencia fue más apreciable tras disponer de las magníficas observaciones que el danés Tycho Brahe, el mejor astrónomo de observación que han visto los tiempos, acumuló en la segunda mitad del siglo XVI. Hoy en día sigue sorprendiendo la precisión de unas observaciones que Brahe y sus ayudantes hicieron a simple vista. Una de las principales razones de sus sorprendentes tablas astronómicas -el error de las mismas era de menos de 2 minutos de arco, algo sorprendente para la época sobre todo sin telescopio que aparecería después de su muerte- fue el uso de magníficos instrumentos de medición uno de los cuales podemos admirar en su libro De mundi Aetheres recntioribus phaenomenis ... editado en Praga en 1603. En 1572 realiza su primer gran descubrimiento que hizo temblar los cimientos de la cosmología aristotélica: Descubrió la aparición de una nueva estrella -una supernova en realidad- que al no tener paralaje tenía que estar más allá de Saturno lo cual era imposible según las hipótesis aristotélicas que establecían que la esfera de las estrellas era inmutable. A partir de 1576 regresa a Dinamarca -su patria- donde en la isla de Ven -concedida en propiedad por el rey Federico II- se dedica a escudriñar el cielo durante 25 años hasta que sus excesos y el joven Rey Christian IV le echaran de la misma. Finalmente decidió publicar su propio modelo -era enemigo acérrimo del copernicanismo- en 1578 y estaba a medio camino entre el ptolemaico y el copernicano como podemos admirar en el grabado impreso en a la derecha tomado de la Opera Omnia... editada en Frankfort en 1648.
Tras su expulsión de Ver, Brahe se refugió en el castillo de Benatek cerca de Praga. Fue allí donde conoció a Johannes Kepler. Kepler conoció el copernicanismo en la Universidad de Tubinga. Al parecer lo entendió muy bien pues poco despues en 1596 redactó su Misterium Cosmographicum donde en el primer capítulo explicó magistralmente por qué el sistema de Copérnico era preferible al de Ptolomeo. Después de un planteamiento plátonico-pitagórico extremo Kepler distribuye los planetas según los cinco poliedros regulares: Saturno, cubo; Júpiter, tetraedro; Marte, dodecaedro; Tierra, icosaedro;Venus, octaedro y Mercurio. Años más tarde le puso música: la música de las esferas -aunque sólo era una forma muy original de buscar analogías entre las órbitas planetarias-. Kepler envió a Brahe una copia de su Misterium Cosmographicum gracias a lo cual fue invitado al castillo de Benatek. Tras la muerte de Brahe Kepler ocupó el puesto de matemático imperial aunque ganando mucho menos que el danés -cuando lograba que le pagasen-. Tras largos problemas con los herederos de Brahe consiguió una copia de las observaciones de Brahe -en vida de éste no le fue posible en parte por el miedo de Brahe de que las usara para afianzar el sistema copernicano en vez del suyo propio-. Luego de tener en su poder los mejores datos astronómicos del momento Kepler comenzó a intentar dar con un buen modelo de círculos para explicar el movimiento de los planetas -recordemos que justo en las cuestiones cuantitativas era donde fallaba el sistema de Copérnico-. Tras arduos intentos, Kepler se convenció de que no había forma de cuadrar los datos experimentales de Brahe con ninguna composición de círculos así que comenzó la búsqueda de otras figuras geométricas. Finalmente, y casi por accidente, dedujo que podía reconciliar teoría y práctica usando dos leyes muy sencillas que ya mencionamos antes:
1- los planetas se mueven en órbitas elípticas
con el Sol situado en uno de sus focos
2-los planetas se mueven con una velocidad tal que
el área barrida por el segmento que une el planeta con el Sol recorre
áreas iguales en tiempos iguales.
Así las describe Kepler para Marte en su Astronomia nova ...
de 1609 -de cuya primera edición de 1696 admiramos una foto justo
por la página donde Kepler establece la órbita elíptica
de Marte-.
Pero Kepler fue más allá. Destrozando completamente
el modelo ptolemaico afirmó que la causa de todos los movimientos
celestes era el Sol. En consecuencia, era necesario desarrollar una nueva
cosmología. Yendo más lejos afirmó que debía existir
una fuerza motriz que mantenía a los planetas en sus órbitas
y que ésta debía decrecer con la distancia. A modo de aclaración
diremos que Kepler dotó a su fuerza de una naturaleza magnética
y nunca la consideró de atracción. Para concluir con este
gigante -palabras de Newton- admiremos un grabado de la trayectoria del
cometa de 1607 -que es hoy nuestro buen conocido cometa de Halley no así
en aquella época (Halley nació en 1656)- que Kepler erróneamente
supuso recta, tal y como aparece en su De cometis libelli tres ...
de 1619.
El reconocimiento casi definitivo de que el Universo era como lo pintaba Copérnico fue, en parte, fruto de la técnica. Se produjo cuando Galileo apuntó hacia el cielo un telescopio, el instrumento recién inventado que aumentaba la imagen de los objetos contemplados a su través. En 1611 era invitado por el Papa Pablo V a mostrarle a los astrónomos jesuitas del Colegio Romano lo que se podía ver mirando a través del telescopio. La historia de Galileo es "bien" conocida. Dejó sus estudios de medicina por las matemáticas que tampoco acabó por razones económicas. Por suerte para todos -y para él en particular- consiguió en 1589 una plaza de profesor en Pisa para pasar de allí a Padua donde estaría 18 años para luego irse a Toscana como primer filósofo y matemático, puesto ofrecido por el Gran Duque de Toscana. En Pisa fue donde descubrió sus leyes de la caída de los cuerpos usando planos inclinados -y no lanzando objetos desde la torre de Pisa como afirman muchos-, la aceleración constante de su caída y las trayectorias parabólicas de los objetos lanzados. Su forma de hacer ciencia le granjeó no pocos enemigos entre los aristotélicos que plagaban a las Universidades en aquella época. En especial por su célebre frase: «La naturaleza esta escrita en el lenguaje de las matemáticas». Fue en 1609 cuando cayó en sus manos el telescopio. Este hecho le convierte en un acérrimo defensor de las tesis copernicanas -cosa que no había sido hasta el momento, aunque tampoco se había declinado por el otro bando-. Sus conclusiones al mirar por el telescopio fueron debastadoras: descubrió una ingente de nuevas estrellas por tanto no pueden estar todas a la misma distancia -afirmó- por lo que, como afirmó Giordano Bruno, dedujo que el Universo era infinito y por tanto más razonable que la Tierra se moviese y no éste último. Además, a diferencia de los planetas que aumentaban varias veces su tamaño -ya los veía como pequeñas bolitas- las estrellas aparentemente no cambiaban el suyo luego debían estar muy lejos como afirmó Copérnico, tanto como para que fuese imposible percibir su paralaje, luego miró la Luna, el Sol -en éste descubrió que rotaba, luego ¿por qué no iba a hacerlo la Tierra?-, más tarde descubrió los satélites de Júpiter -¡no todos los cuerpos giran alrededor de la Tierra!-. Finalmente, el estudio de Venus le dio la total seguridad de que era Copérnico y no Ptolomeo quien tenía razón. Arriba a la izquierda podemos descubrir un dibujo de Galileo mostrando sus predicciones para las posiciones relativas de Júpiter y sus cuatro lunas en el periodo del 25 de abril al 8 de mayo de 1613.
En
1615 Galileo hizo circular una carta -impresa en 1636- donde esencialmente
pedía a los teólogos que dejasen a los científicos
las investigaciones de la Naturaleza demandando así un espacio de
libertad para la ciencia por encima de lo religioso. Sus palabras fueron:
«la intención del Espíritu Santo era enseñarnos
cómo se va al cielo, no cómo va el cielo».
Claro que su gallardía
fue tenida en cuenta: fue denunciado a la Inquisición y se
le ordenó no sostener, enseñar ni defender nunca más
la doctrina copernicana. Además,
"gracias" a los consejos galileanos de no meterse
donde no debe, la Iglesia terminó incluyendo el libro de Copérnico
en su Indice de libros prohibidos. Pero la suerte le acompañó
pues nombraron Papa a Urbano VIII -Mafeo Barberini- que era amigo de Galileo.
En una visita a éste en 1624 Galileo consigue permiso para escribir
sobre los dos sistemas del Mundo: Así nació su obra
más famosa y la que le costaría su condena por la
Inquisición: Dialogo
supra i due massimi sistemi del mondo, tolemaico e copernicano publicado
con todos los permisos necesarios el 21 de febrero de 1632 en Florencia.
En él incluyó su famosa ley de la inercia -que luego tan oportunamente
cogiera Newton de otro de sus gigantes- entre otras explicaciones.
Obviamente tan pronto se publicó el libro y su autor fueron denunciados
y esta vez no se salvó: fue condenado - condena que posiblemente
no fue a mayores por su amistad con el entonces Papa Urbano VIII.- trasladado
a Roma y obigado a permanecer confinado en su casa de por vida, además
de obligarle a abjurar, maldecir y detestar sus opiniones sobre el movimiento
de la Tierra además de recitar los 7 salmos una vez a la semana
durante tres años. Finalmente, como sabemos, todo esto no fue más
que un ``mal entendido'' y 360 años después Galileo quedó
totalmente rehabilitado.
Influidos por los descubrimientos de Kepler y Galileo varios científicos ingleses donde destacan Hooke, Halley y Wren se dan a la tarea de "reformar" la cosmología. Hook, en una conferencia pronunciada en la Royal Society explica, en su opinión, la causa del movimiento de los planetas:
1-Todos los cuerpos celestes tienen una atracción o gravitación
hacia su centro y atraen a todos los demás cuerpos que tienen bajo
su radio de acción.
2-Los cuerpos se mueven en linea recta salvo que se vean afectados
por una fuerza que los obligue a desviarse
3-La atracción disminuye a medida que la distancia aumenta,
que aunque no sabemos de que forma, establecemos que debe ser inversamente
proporcional al cuadrado de la distancia.
Así estaban las cosas cuando a principios de 1680 estos tres geniales científicos andaban tras la búsqueda de las trayectorias planetarias causadas por fuerzas con magnitudes inversamente proporcionales al cuadrado de la distancia cuando a uno de ellos, Halley, se le ocurrió una idea brillante: preguntarle a Newton.
En
1684, Halley visitó a Newton y le formuló su pregunta, y
cual sería su asombro cuando éste le respondió inmediatamente: serán
elipses. ¿Cómo Newton lo sabía? Fácil, lo había
calculado hacía ya un tiempo, en sus anni mirabiles -20 meses
entre 1665 y 1666 tiempo que paso confinado en su casa natal a causa de
una epidemia de peste que azotó Cambridge-. Diez años después,
en 1676, terminó su estudio que por supuesto no publicó.
Así, a petición de Halley, Newton revisó y completó
sus cálculos y se los envió a Halley. La insistencia de Halley
y el genio de Newton convirtió ese pequeño manuscrito en
la la obra científica más importante jamás escrita:
Philosophiae naturalis principia mathematica. La
publicación de los Principia de Newton donde Newton
mostraba la equivalencia de su ley de gravitación universal, la
atracción gravitatoria es lo que mueve a los planetas, con las leyes
del movimiento planetario de Kepler dio término a la Revolución
Copernicana y las predicciones que permitía su modelo matemático
del universo inauguraban una nueva era para la ciencia. Con un ejemplar
de la primera edición de los Principia editado en Londres
en 1687 y costeado de los bolsillos del propio Halley -por suerte para
éste se vendió muy bien y ya 4 años después
era casi imposible encontrar en ejemplar- terminamos esta sección.